PRESENTACIÓN
La obra, traducida del francés y publicada en Barcelona, fue escrita en el último tercio del siglo XVIII con la finalidad de formar a los enfermeros y, en general, a cuantas personas se dedicaban a la prestación de cuidados a enfermos y mujeres en el período puerperal; entre aquellos cuidadores se encontraban las comadres o parteras, como así se recoge en la introducción del libro.
Cuando aparece en España la traducción del Manual para el servicio de los enfermos, o resumen de los conocimientos necesarios a las personas encargadas de ellos, y de las paridas, recién nacidos &c., ya circulaban en nuestro país por esa centuria dos manuales con el objetivo de instruir a los futuros enfermeros y cuyos autores fueron dos institutos religiosos dedicados a la Enfermería: Breve Compendio de Cirugía, obra de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, debida a la pluma del padre fray Matías de Quintanilla, Cirujano Mayor del Hospital Antón Martín, e Instrucción de Enfermeros, del Hermano Andrés Fernández, miembro de la Mínima Congregación de los Hermanos Enfermeros Pobres, popularmente conocidos como “Obregones”. Ambas obras estuvieron plenamente vigentes durante bastantes años, como lo demuestra el hecho de su empleo por diversas instituciones dedicadas al cuidado hasta principios del siglo XIX. En el campo específico de la instrucción de las parteras o matronas, igualmente encontramos en nuestro país en el siglo XVIII obras docentes, debido a la preocupación del Gobierno de la época por formar a estas profesionales, elevando, en consecuencia, el nivel de salud y evitando con ello las frecuentes muertes maternas y filiales. Recuérdense, por citar tan sólo dos ejemplos, las obras Cartilla nueva, útil y necessaria para instruirse las Matronas, que vulgarmente llaman Comadres, en el oficio de partear, del Dr. Antonio Medina (Madrid, 1750), e Instrucciones succintas sobre los partos, para la utilidad de las Comadres, obra debida a la pluma del Dr. Joseph Raulin (Zaragoza, 1772).
Desconocemos la fecha exacta de publicación de la primera edición del Manual para el servicio de los enfermos, o resumen de los conocimientos necesarios a las personas encargadas de ellos, y de las paridas, recién-nacidos &c., pues no consta ni en la portada ni en sus páginas interiores. El informe de la comisión encargada de aprobarla, compuesta por los doctores Geofroy, Andry y Thouret, de la Sociedad Real de Medicina de París, está fechado el 25 de julio de 1786, por lo que nos hace pensar que la obra viera la imprenta en los últimos años de esa centuria. El Dr. Francisco Salvá, autor de su traducción al español, afirma que el Manual llegó a conocer tres ediciones en Francia en el corto tiempo de tres años, además de dos versiones alemanas y una italiana, lo que puede dar una idea de su éxito y reconocimiento como manual para la instrucción de los cuidadores.
Sobre el autor poseemos pocas noticias. Sabemos que fue socio de varias sociedades médicas y científicas francesas, como las de París, Tolosa y Monpellier, entre otras, y que cuando escribió la obra se encontraba en situación de profesor jubilado de Medicina. En vida, llegó a ocupar varios cargos públicos, entre ellos los de Médico de Cámara, Censor Regio e Inspector de las aguas minerales de la provincia de Rosellón y otras regiones del país galo.
SELECCIÓN DE TEXTOS
Manual para el servicio de los enfermos, o resumen de los
conocimientos necesarios a las personas encargadas de ellos,
y de las paridas, recién-nacidos &c.
POR Mr. Carrere, Médico de Cámara de S. M. Christianísima, Profesor Real jubilado de Medicina, Censor Regio, antiguo Inspector de las aguas minerales de la Provincia de Rosellón, y del Condado de Fox, antes Director del Gavinete de Historia natural de la Universidad de Perpiñán, de la Sociedad de Medicina de París, de las Academias de Tolosa, de Monpellér, de los Curiosos de la Naturaleza &c.
Traducido al español y adicionado por el Dr. Francisco Salvá. Con licencia: Barcelona. Por la Viuda Piferrer, véndese en su Librería administrada por Juan Sellent.
ADVERTENCIA
El carácter de traductor de este Manual no permite que me detenga en su alabanza, porque no se crea ésta hija de la afición más que del mérito. La obra es tan preciosa, tan methódica, tan clara y de utilidad tan manifiesta, que basta publicarla y ser leída para que ella por sí mesma se gane el aprecio y distinción de quantos asisten a los enfermos y desean aliviarlos. No es verosímil que su suerte sea menos dichosa en nuestra España que en las demás naciones, que tanto la han distinguido. El dictamen de los Comisionados de la Real Sociedad de Medicina de París (que va al frente de este Manual), es un elogio particular y de mucho peso para que los sabios conoscan a primera vista lo que es en sí y el mérito que tiene. Tres ediciones francesas despachadas en el corto espacio de tres años, dos versiones alemanas y una italiana que hay de esta obra dicen bien quánto fue estimada, y son el mayor elogio del gran crédito ha logrado en Francia, Alemania e Italia.
Son muchos los libros que se han / escrito modernamente para ilustrar al público en asuntos médicos y, aunque el fin de sus autores habrá sido bueno, no correspondió el éxito a sus intenciones, antes ha traído considerables daños. Los que los leyeron tubieron valor para hacer de médicos en varios lances, destruiéndose a sí mismos y a los otros enfermos a quienes aconsejaron. Clamaron contra este abuso los sensatos, y hasta el mismo Tissot confiesa que su Aviso al Pueblo se comparó debidamente a una espada puesta en manos de un loco. El gran físico Boile, decía ya en el siglo pasado que las medicinas eran unos instrumentos que, sobre estar bien preparadas, necesitaban la artificosa y discreta mano del médico para que fueran provechosas, y que era digna de admirarse y reprehenderse la osadía de aquellos que con tener a mano algunos Recetarios se meten a médicos sin reparar en los gravísimos y perjudiciales errores a que están expuestos. Ello es que las más veces un récipe, ordenado por un médico entendido, es una arma poderosa, que libra del peligro al enfermo, quando, administrado por hombre sin instrucción y sin los / conocimientos necesarios, es una puñalada que le asesina, quitándole miserablemente la vida.
Como aquellas obras suponen en sus lectores más instrucción de la que tienen por lo común, los inducen a mil errores; y si les procuran uno u otro beneficio, también les causan infinito daño. En esta materia, ni conviene una ignorancia total, ni una superficial, indiscreta noticia, porque ambos extremos pueden ocasionar mucho perjuicios. Se necesita grande timo para presentar al público una obra que baste a hacer de los enfermeros unos auxiliadores de los médicos, sin animarlos a arrojarse a abrazar y meter la hoz en el vasto campo del facultativo.
Este medio justo era el deseado, y cabalmente el Sr. Carrere ha sabido dar con él, disponiendo una obrita muy propia de la capacidad y de las luces de los sugetos a quienes se destina, no poniendo más de aquello que pueden comprehender, y guardando un método, el mejor y más al caso, para toda clase de gentes.
Deseoso este hábil médico de dar a su obra toda la perfección posible, dice que, después de haberla presentado / a aquella Real Sociedad, teniendo noticia de otra publicada en Manheim en 1784 y en 8.º, con el título de Instrucción para Enfermeros, procuró leerla, y halló que el plan y método de ella era muy distinto de el de su Manual, y que nada le ofrecía para añadirlo y mejorarlo.
Por fortuna, tenemos el honor de que en España se haya publicado, ya en 1664, una obrita intitulada Instrucción de Enfermeros, y método de aplicar los remedios, compuesta por los Hijos de la Congregación del Venerable Padre Bernardino Obregón, con la particularidad de que la edición de aquel año era ya la tercera. Tube noticia de esta obra al tiempo que traducía la de el Sr. Carrere, y procuré examinarla con todo cuidado. Se ha de confesar que, aunque la de este autor es más clara, más metódica y más acomodada a los usos del día, la de los Hermanos Obregones tiene también su mérito y da motivo a algunas reflexiones.
Ella demuestra, en primer lugar, que este asunto de instruir a los enfermeros no estaba ya en el siglo anterior tan olvidado entre nosotros como se hallaba en Francia en 1786, pues, / confiesan los Comisionados de la Real Sociedad de Medicina de París, que les faltaba una obra de esta especie. En segundo lugar, aquella Instrucción española de 1664 y este Manual del Sr. Carrere tienen varios artículos comunes, y, si en él hay muchas cosas que no se hallan en la Instrucción de los Obregones, se encuentran también en ésta algunas noticias que me ha parecido añadir a la obrita de aquel profesor, en el lugar que les corresponde estar, poniéndolas entre dos estrellitas.
Por fin, el libro de los Obregones sirve para demostrar el modo cómo se pensaba generalmente en España sobre la limpieza y muda de ropa de los enfermos, por lo menos desde mediados del siglo diez y siete. Verdaderamente, es de admirar que, quando se escandalizaban en Inglaterra y en otras partes de que a un enfermo de viruelas se le mudase la camisa y la ropa, ya entonces debía ser esto tan común entre nuestros ascendientes que hasta en un libro, compuesto por un enfermero, como era el Hermano Andrez Fernández, autor de la Instrucción mencionada arriba, y publicada en nombre de sus Hermanos, se lee: «que / debe mudarse la camisa, porque estando cargada de vapores nocivos para un sano, pueden serlo también para un enfermo».
Ofrezco al público esta traducción, que en lo esencial es exacta, y sin otro fin que el de formar enfermeros capaces de asistir útilmente a los enfermos, ya sea en los hospitales, ya en los conventos y casas particulares.
CAPÍTULO I
Calidades necesarias a los enfermeros
Las calidades necesarias a los enfermeros son relativas a cinco objetos, esto es, a ellos mismos, a los enfermos, a las enfermedades, y a los profesores del arte de curar.
$. I. Lo perteneciente a los enfermeros.
La limpieza y la sobriedad son las dos calidades más importantes; la primera agrada a los enfermos, los preocupa, digámoslo así, en favor de las personas encargadas de servirlos, les da mayor confianza y les hace esperar que los tendrán limpios; la última precave las faltas que podrían resultar de los excesos que algunas veces suceden y que deben evitarse con el mayor cuidado.
$. II. Lo perteneciente a los enfermos.
Importa mucho la confianza de los enfermos, /5 para que así hagan aquellas cosas que algunas veces repugnan, y el arte de persuadirlos a ello conduce grandemente a su tranquilidad y a su curación.
La enfermedad frequentemente muda o altera su carácter, los pone algunos ratos de mal humor y dan en mil caprichos e impertinencias; y a todo esto no debe oponerse más arma que la de la suavidad y la paciencia, porque una oposición declarada aumentaría su agitación y agravaría sus males.
La duración o violencia del mal les hace a veces desmayar, desconfiando de la curación. Es necesario alentarlos y animarlos y, para esto, se ha de presentar el enfermero con cierto ayre de seguridad y un aspecto tranquilo que den a entender al enfermo la entera confianza que él mismo tiene en los remedios que le administra. Las personas encargadas de servir a los enfermos, forzosamente han de presenciar algunas desazones domésticas, las divisiones de familias y algunas circunstancias relativas a los negocios caseros. Deben, pues, acostumbrarse a guardar el más profundo silencio sobre todo lo que ven en este particular. Especialmente, han de tener la mayor discreción en aquellas enfermedades que pueden interesar el honor de las familias o de los individuos.
/6 No he hablado hasta aquí sino de calidades morales; pero hay otras, igualmente importantes, como son la vigilancia, los cuidados particulares y las atenciones u oficiosidades cariñosas. En enfermero debe velar constantemente sobre todo lo que ocurre en el enfermo, sobre lo que sobreviene en orden a la enfermedad y a sus accidentes o síntomas, y sobre todo aquello que es relativo a la preparación, a la administración y a los objetos de los remedios, en fin, a las necesidades particulares de los enfermos. Debe estar pronto a socorrerles, a prevenir sus necesidades, a ayudarles y descansarles en sus movimientos. Los cuidados en las cosas más mínimas y las atenciones particulares con que dulcemente se acercan a ellos lisongean y contribuien mucho a tranquilizarlos. Sin embargo, no han de multiplicarse con exceso, porque podrían con esto hacerse pesados y molestos. Sobre este particular, es necesario atender al genio de los sugetos y acomodarse a él en lo que pueda hacerse sin daño, porque hay gentes que quieren ser servidas a todas horas, y hay otros que gustan que los dejen quietos y que nada les digan sin necesidad, de suerte que la nimia oficiosidad los enfada y desazona. Es necesario saberse manejar según el genio y carácter de los sugetos, /7 variando y extendiendo los cuidados conforme a los deseos justos de los pacientes.
Conduce mucho la agilidad y manía de los enfermeros para acomodar bien a los enfermos en la cama, para colocarlos en la situación más conveniente y para ayudarlos en sus necesidades. Estas dos calidades contribuien mucho a disminuir las fatigas que ocasionan los menores movimientos en las grandes enfermedades y a procurar a los enfermos un bien estar momentáneo que les agrada sobremanera y los alivia.
ARTÍCULO III
Cuidados relativos a la tranquilidad de los enfermos
Cursos
Las cámaras piden cuidados particulares, señaladamente quando sobrevienen a un enfermo debilitado con una enfermedad larga o grave. Muchas veces sería imprudencia hacerle dexar la cama y aún incorporarle en ella; es preciso contentarse con alzarle ligeramente y con suavidad, dexándole apoyado en sus almoadas y ponerle debaxo un servicio llano, cuyo borde se cubra con una piel o con una servilleta fina y usada, y retirarle con las mismas precauciones.
El enfermo está a veces tan débil que ni aún es practicable el modo expuesto, señaladamente quando se necesita con demasiada frequencia, como en las diarreas copiosas. En tal caso, se plega un lienzo por lo largo en muchos dobleces, de suerte que quede ancho como dos pies; se pasa por debaxo del enfermo; uno de sus cabos /38 se sugeta al uno de los lados de la cama y se arrolla el otro extremo; siempre que el sugeto ha hecho un curso, procurase levantarle un poco y se tira el lienzo por la parte en que está sugetado y, conforme se va tirando, se arrolla también como se había hecho en el otro cabo, que se va desarrollando; es necesario que dicho lienzo esté siempre muy tirante, para evitar los repliegues y arrugas que podrían dañar, o, a lo menos, incomodar, al enfermo.
VÓmitos
El vómito espontáneo o provocado con el emético fatiga más o menos los enfermos, y es preciso darles auxilio procurándoles una situación cómoda que facilite el vómito sin aumentar su cansancio. La mejor es la que sigue.
Se hace incorporar en la cama y se pone recostado sobre tres o quatro almoadas, la una encima de la otra, en declive, de modo que, en acabando de vomitar, pueda descansar dexándose caer en ellas y colocando la cabeza sobre la más superior; el asistente está en pie a su lado, le pasa el brazo por detrás de la cabeza y vuelve la mano a la parte anterior, apoyándola sobre la frente del enfermo; al tiempo de /39 los conatos de vomitar, su cabeza, que cuelga a la parte anterior, se halla como encaxada en el doblez del brazo y sostenida por detrás mediante una ligera presión que se hace a la parte inferior de ella y que se estiende a las espaldas; se aprieta la mano contra la frente, que también sostiene de esta manera. Este modo es el más cómodo, el más agradable al enfermo, el más propio para facilitar el vómito y para precaver las sacudidas que sufre la cabeza con su esfuerzo.
Compostura de la cama y muda de ropa.
La buena colocación de los enfermos en su cama contribuye mucho a aliviarles. Hay preocupación, de la que no saben desprenderse, especialmente las gentes del campo, y es que no se atreven a mover los enfermos, ni a componerles la cama, ni mudarles la ropa; sin embargo que esto los refresca, les da gusto, los alivia y muy a menudo ayuda a procurarles un descanso saludable. Todo lo dicho debe hacerse si la situación y las fuerzas del enfermo lo permiten.
Si, mientras se compone la cama y se mudan las sábanas, no puede mantenerse levantado, se le hace estar echado sobre un canapé en una silla larga o encima /40 otra cama. Quando la debilidad llega al extremo de no dexarle levantar para ir o ser llevado a otro lecho, hay dos medios para auxiliarle. Se saca con el colchón superior y sus correspondientes cubiertas y se pone en otra cama. Se vuelve hacer la suya poniéndole otro colchón y ropa limpia; seguidamente, aquel en que está echado se arrima al lecho, ya compuesto, y, sosteniéndole a nivel, el sugeto mismo se pasa fácilmente a él, como rodando. Puede tenerse también una cama de tixera, sobre la que se pone un colchón con su ropa correspondiente; se arrima al lado del lecho del enfermo y éste se muda a ella; después, se aparta para poderle componer la suya y, teniéndole hecha, vuelve el paciente a pasarse a ésta con la misma diligencia de juntarla con aquélla. Por fin, pueden tenerse dos camas, que sirven alternativamente, y juntándolas, el sugeto se muda de la una a la otra, la que entretanto se rehace y se le cambia la ropa, si conviene.
En la compostura del lecho debe atenderse a la costumbre del enfermo y a la especie de enfermedad que padece.
CAPÍTULO V
De la administración de las medicinas
Las personas dedicadas a servir enfermos quedan encargadas de subministrarles los remedios ordenados por los médicos; es preciso, pues, que no sólo entiendan el modo cómo han de manejarse sobre esto, si también los casos en que tengan que suspender las medicinas, aunque el facultativo las haya ordenado. No entraré en el pormenor de esto, porque bastará referir algunos exemplos que darán luz para los casos y objetos que se omiten.
No es mi ánimo hablar aquí de las circunstancias que pueden obligar a hacer algunas variaciones en el orden, en la especie, en la naturaleza y en la cantidad de las medicinas prescritas al enfermo, porque trataré de esto en el artículo último de este capítulo. En los dos primeros me ceñiré a hablar de la administración de los remedios en sí, esto es, del modo que debe portarse el enfermero habida razón de la naturaleza, de las propiedades y de la fuerza de cada uno de ellos.
ARTÍCULO I
De la administración de las medicinas interna
1.º Polvos.
Los polvos se dan siempre diluidos o desleídos en algún líquido, como agua, tisana, vino, agua de pollo, de vaca o suero, &c. Han de revolverse o mezclarse bien con el líquido hasta dexarlos muy desleídos y como incorporados con él, y debe tenerse cuidado de menearlo muy bien al tiempo que el enfermo va a tomarlos, para que todo pase y no se queden los polvos en el fondo del vaso. Los que se disuelven en el líquido en que se ordenan piden menos precauciones, y basta menear hasta que estén perfectamente disueltos.
2.º Sales.
Casi siempre se prescriben las sales disueltas en algún líquido y, así, no han e presentarse al enfermo hasta que lo estén. La disolución de algunas de ellas se consigue aunque el licor esté frío; para otras se necesita calentarle y, en general, éste es el modo más seguro y pronto para disolverlas.
3.º Píldoras.
Algunos enfermos no saben tragar las píldoras y a otros enfada el mal gusto u olor desagradable de ellas. Hay muchos medios para facilitar la deglución de aquéllas y para escusar la molestia de su mal gusto o mal olor. Muchas personas toman el partido de envolver las píldoras en hostia mojada, doblándolas muy bien con ella. Este método puede seguirse en los casos que no admitan otro, pero debe escusarse en quanto sea dable, porque a veces la hostia pegada con las píldoras resiste a la acción de los jugos digestivos y, por consiguiente, a su disolución, de que se sigue que no se deshacen bien y, lexos de penetrar hasta la sangre, el movimiento peristáltico de los intestinos las arrastra y arroja fuera con las materias fecales, sin producir el efecto que se espera de ellas.
Si se puede, es mejor, 1.º hacer tomar las píldoras en seco y dar inmediatamente un vaso de agua; 2.º procurar que el enfermo las tenga secas en la boca y hacerle beber después alguna tisana que las arrastre consigo; 3.º es bueno también ponerlas en una cuchara llena de agua, la que se pone a la boca, y se procura engullirlo todo a un tiempo; 4.º sirve igualmente /87 quitar el hueso de una ciruela o cereza confitada y poner en su lugar la píldora y tragar enteras aquellas frutas, las que se digieren fácilmente en el estómago. Finalmente, se cubren las píldoras con una hoja de oro o plata, pero este expediente falta a menudo en el campo.
4.º Pociones y julepes.
Las pociones y julepes, o se dan en una sóla vez, o en varias doses [sic], o a cucharadas; esto depende del modo cómo lo han resuelto los médicos; solamente pide un cuidado exacto en executar lo que han ordenado, pero, ha de advertirse que quando les hayan echado algunos polvos, debe tenerse la atención de revolverlos bien antes de darlos al enfermo.
5.º Vomitivo.
Los eméticos que suelen ordenarse, o son vegetales, como la ipepacuana, o antimoniales, como el tártaro emético. Aquéllos se dan en polvos y los últimos en forma de sal. Los primeros no se disuelven en el agua y es necesario desleirlos u desatarlos bien en el líquido que ha de servirles de vehículo y, sobre todo, menearlos al tiempo que el enfermo está para /88 tomarlos. Los antimoniales salinos se disuelven perfectamente en el agua. Se ordenan o en una sola dosis o en muchas, o bien a pasto o en pequeñas cantidades, repetidas con frequencia; esto depende de las circunstancias que a los médicos solos pueden y deben apreciar. El oficio del enfermero, en quanto a esto, se reduce a dar oportunamente la bebida necesaria para sostener y facilitar el vómito y a conocer el momento en que deben tomarse las diferentes doses de estas medicinas.
1.º No es del caso precipitarse a dar de beber al enfermo, aunque experimente náuseas, bascas y congojas en el estómago, y debe esperarse a que el vómito haya empezado o, a lo menos, que aquellos síntomas sean muy fuertes y que no produzcan efecto alguno. Entonces es la ocasión de hacer empezar a beber al enfermo, hasta hartarle de bebida; debe reiterarse siempre que vuelve a vomitar y continuarla mientras el vómito dure. No basta dar cada vez uno o dos vasos de agua; es necesario hacer beber toda la que se pueda y procurar a vencer la repugnancia de los enfermos, persuadiéndoles que éste es el único medio de facilitarles el vómito, de lograrle más eficaz, abundante y menos trabajoso. Para esto no ha de gastarse /89 sino agua tibia, porque tanto la fría como la caliente en exceso, podrían impedir el efecto del emético u ocasionar inchazones de barriga, espasmos y dolores de estómago.